El Espejo
Todo empezó cuando el pequeño Alejandro se miró en ese espejo. Un espejo muy raro y valioso. De esos que aún llevaban plata, que ya no se hacen, con marco de oro y que cuestan una fortuna.
Y ahí estaba
Alejandro se veía. Casi parecía que no había nada fuera de lo normal.
Su reflejo, un pequeño niño de unos siete años, con la cara sucia, el pelo azabache revuelto y los cordones de los zapatos sin atar le devolvía la mirada del otro lado del cristal. Sí, eso era normal.
Pero ahí había algo.
Su reflejo, un pequeño niño de unos siete años, con la cara sucia, el pelo azabache revuelto y los cordones de los zapatos sin atar le devolvía la mirada del otro lado del cristal. Sí, eso era normal.
Pero ahí había algo.
Repentinamente se dio cuenta de qué era. Dentro del espejo, al fondo de la habitación, junto a la puerta, se veía a una niña, de algunos diez años, con el pelo del mismo tono que el de él, pero mucho más arreglado en unos delicados caireles que le caían sobre los hombros, con un vestido níveo e impecable y unos zapatos inmaculadamente blancos.
Pero ahí no tenía que haber nadie, claro que no. Se había cerciorado de ello cuando entró a esa habitación, la habitación a la que precisamente tenía prohibido entrar.
Volteó y, efectivamente, ahí no había ninguna niña. Volvió la vista al espejo y ahí sí que estaba. Confuso paseó su mirada una y otra vez del espejo a la puerta, de la puerta al espejo.
Volteó y, efectivamente, ahí no había ninguna niña. Volvió la vista al espejo y ahí sí que estaba. Confuso paseó su mirada una y otra vez del espejo a la puerta, de la puerta al espejo.
La niña del reflejo le dedicó una sonrisa divertida y después se desvaneció como un suspiro al tiempo que Alejandro abandonaba la habitación con un grito.
Al día siguiente y a pesar de que seguía asustado, Alejandro fue a la escuela normalmente. No comentó el incidente del espejo con sus padres, pues ¿cómo decirles que había estado jugando en aquella habitación, desobedeciéndolos?
En su escuela, era hora del almuerzo. El niño jugueteaba con su comida, mirando su reflejo en su cuchara, siempre le había parecido gracioso como se alteraba su imagen. Pero ese día, al mirarse vio de nuevo a la niña, graciosamente deformada en la parte cóncava de su cuchara con exactamente el mismo aspecto del día anterior. Alejandro tenía miedo. La ocupante de su cuchara le dedicó una amplia sonrisa y él, gritando, tiró la cuchara al suelo y se echó a correr.
Empezó la paranoia. El niño sentía que todos los espejos lo veían, vigilantes. Y es que en absolutamente todos los espejos, y en cualquier cosa reflejante, la niña de la sonrisa traviesa se le aparecía, siempre blanca, siempre sonriente, siempre perturbante. Aunque, quien sabe por qué, a él le daba una extraña sensación de familiaridad.
Espejos, espejos, espejos, le parecía que todo de repente se había vuelto reflejante solo para que la niña de la sonrisa perturbadora lo siguiera para atormentarlo.
Sus padres de comenzaron a preocupar. No quería comer, no dormía y no jugaba. Parecía ido, como un muerto viviente. Para que Alejandro se relajara y se distrajera de lo que fuera que él estaba pensando, decidieron llevarlo de paseo
Fueron a un hermoso lago cercano a su casa. Mientras mamá y papá dormían, el niño recorría la orilla del lago. Siempre le había gustado ese lugar, el agua era cristalina, pura y limpia y al fondo había peces de colores.
Se acercó un poco más a la orilla de ese diáfano lago y , al tiempo que recordaba que su padre alguna vez había dicho “ese lago es precioso, está tan limpio que podrías usarlo como espejo”, vio al fondo del lago a la causante de su malestar. La niña se antes estaba ahí, aunque esta vez no parecía un reflejo, sino que realmente estaba dentro del agua. Sus ojos eran hipnotizantes, de un negro oscuro, iguales a los de él. La pequeña le sonría cautivadoramente, invitándolo a acompañarla. El niño, completamente hechizado, dio un paso hacia el lago… y otro, y otro mientras la niña sonriente lo animaba a hacerlo…
Sólo varias horas después sus padres notaron su ausencia. Llamaron a la policía y mucha gente buscó por varios días, pero no lo encontraron. La gente no se explicaba que había pasado, pero los policías rápidamente llegaron a la conclusión de que se había ahogado, aunque en el lago no había ningún cuerpo. Los padres estaban deshechos, ya habían perdido a su segundo hijo.
Sí, el segundo. La primera la habían perdido hacía ya tiempo y en circunstancias aún más extrañas que en esta ocasión. Tampoco sabían que había pasado con ella. Lo único que sabían era que un día la mandaron castigada a su cuarto (ese cuarto al que Alejandro tenía prohibido entrar) y de ahí nunca salió. Dicen que, aburrida, ella pasó todo el tiempo mirándose al espejo (ese espejo que después su hermano encontraría).
Nadie sabe, pero dicen que se veía en el espejo tan obsesionadamente que en él quedó atrapada. En ese espejo que seguramente guarda más de un secreto.