lunes, 28 de febrero de 2011

Dulce

Hace tiempo que no escribía aquí. Mmm hoy dejo aquí un cuento que escribí para un concurso que no creo ganar, pero me encantó cómo me quedó. ¿Me dejarían sus opiniones? ^^


Dulce

Con una carta simple y las manos temblorosas, Paola esperaba atrás de la escuela. Una simple hoja blanca doblada dentro de ese sobre escarlata. Era sorprendente cómo un simple papel como ese le parecía más importante que su vida, aunque por otro lado era obvio. Había puesto su alma en él y por tanto se le aferraba como si sostuviera todo lo que era él.

Miraba nerviosa a un lado y a otro, aguardando su llegada. El príncipe azul de sus sueños rosas. Los minutos pasaban al compás del tic-tac en su muñeca.

Lo vio llegar al fin. Manos en los bolsillos y mirada desinteresada, arrastrando los pasos. Caminaba sin prisa, sin emoción ni expresión alguna en su rostro, sin ganas. Pero a ella no podría parecerle más perfecto.

Detuvo sus pasos a medio metro de la chica, quien contenía la respiración. Sus miradas se encontraron en la fracción de segundo que hubo antes de que ella bajara su miraba tímidamente, al tiempo que sus mejillas se tornaban carmesís.

—S… Sebastian— su nombre se le escapó en un suspiro. La voz le empezaba a fallar.

—Sí, ¿qué quieres?— la voz de él era cortante

—Esto… yo… eh… uh…— las palabras simplemente no podían tomar orden en su cabeza

— ¿Qué intentas decir?

—Esto… — “ahora o nunca” — ¡Me gustas, Sebastian! ¡Te quiero! ¡Acepta esto, por favor!— exclamó Paola rápidamente. Avanzó un par de pasos hacia él, quien la miró expectante. Ella inclinó la cabeza y le ofreció ese sobre que en ese momento tenía la tonalidad de sus mejillas.

Si la vergüenza se midiera en decibeles, estaba segura que ya lo habría dejado sordo.

—No

— ¿Qué?

—No la quiero, gracias. Me voy.

—Pero, pero ¡te he dicho algo!, ¿qué me respondes tú a eso?

El simplemente se dio media vuelta y se marchó con el mismo andar despreocupado con que había llegado.

Se alejó sin darle ni un sí ni un no. Estaba impactada. Al parecer no era lo suficientemente importante para él como para recibir una respuesta. ¿Por qué? ¿Tal vez no era suficientemente linda? Admitía que no tenía cuerpo de súper modelo, y que su pelo oscuro solía estar algo enmarañado. Pero tenía unos ojos preciosos, al menos eso le habían dicho, y su sonrisa era más brillante que cualquier astro que pudieras encontrar en la profundidad del cielo. Al parecer, no era suficiente.

Se dejó caer al suelo, mientras sentía cómo en sus mejillas empezaban a formarse húmedos senderos que concluían en una lágrima.

En algún otro punto de la escuela, Mariana estaba sentada, comiendo felizmente una piruleta, que le había pintado sus labios. Su cabello castaño y suelto le caía por su frente, ella lo apartaba, y luego volvía a caer. Se dijo que debió haber considerado amarrárselo en una coleta en un día tan ventoso.

Jugueteaba con su celular, cuando vio un nuevo mensaje. Se disponía a leerlo, cuando le pareció notar a alguien de pie frente a ella. Levantó la vista y se encontró con la mirada penetrante de Sebastian Blackwood. Su cabello terriblemente lacio estaba siendo agitado por el viento, y cuando le sonrió pudo ver el destello de unos frenillos que acompañaban a sus dientes como perlas. Él era una fusión de todo lo que la gente consideraría perfecto, desde aspecto hasta su atletismo, pasando por sus excelentes calificaciones. El guapo estudiante de intercambio, tan insoportablemente perfecto que daban ganas de partirle la cara.

—Hola. — su voz tenía un tono que ella nunca le había oído.

—Hola. — respondió ella.

Sin más, se sentó junto a la chica y sacó de su bolsillo una barra de chocolate.

— ¿Gustas?

—No, gracias— la chica estaba cada vez más incómoda. Su presencia claramente la incomodaba.

Un silencio perturbador, roto ocasionalmente por los dientes del chico destrozando chocolate, se hizo presente entre ellos.

—Iré al grano. Mariana, me gustas. — tal vez esa no era la mejor forma de romper el silencio…

— ¿Eh?

—Sí. De hecho, te hice un poema— dijo, y rostro adoptó la tonalidad de un tomate. Sin mirarla, le pasó una hoja que sacó del mismo lugar del que había venido el chocolate.

— ¿Eh?— no estaba segura de lo que estaba oyendo

—Bien, parece que no entiendes— dijo con tono arrogante, ese que siempre usaba en exámenes, clases, preguntas y demás. Aún así, si sus mejillas antes semejaban a los tomates, ahora podrían competir con un semáforo. Uno muy brillante. — Tendré que explicarlo más simple.

Lo siguiente de lo que Mariana estuvo consiente fue de sus labios con los de él. Chocolate y piruleta. Un beso duce e inesperado, un cliché.

Se separaron y la miró. Ella lo miró también. ¿Fueron segundos, minutos o cientos de años los que estuvieron así? No sabían y, francamente, no tenían el más mínimo interés en ello.

— ¿Y?— interrogó él.

– ¿Qué?

—Vaya que eres lenta. —una sonrisa irónica se dibujó en su cara— ¿quieres ser mi novia?

Mariana no podía creer que Sebastian le decía eso ¿qué tenía ella de especial? Ciertamente lo adoraba por haberse fijado así en ella.

—Sí— fue todo lo que respondió. Sonrió y cerró los ojos. Era feliz.

Sebastian esbozó una sonrisilla de triunfo. También era feliz.

Tanto como descorazonada estaba Paola en esos momentos, de pie a unos metros de ellos, con el viento secando la humedad en sus ojos.

Pocos segundos atrás, Paola aún había estado aún llorando tras la escuela. Luego se levantó y se secó los ojos. Había decidido que eso no volvería a pasar y que ella no volvería a querer a nadie.

Tomó su celular. En él, su imagen de fondo, una foto de Sebastian tomada furtivamente, le dolió profundamente. Empezó a escribir un mensaje “Todo salió mal, soy insignificante para él” y lo envió a su mejor amiga de toda la vida: Mariana. Pero pasaron minutos y no respondió. —Tal vez no tiene saldo. Tal vez no trajo su celular—pensó la chica y decidió que mandar mensajes era una tontería estando ambas en la misma escuela. Entonces fue a buscarla.

Y la encontró. Con Sebastian. Besándose con Sebastian. Besándose con el chico que ella quería.

— ¡Pao!— exclamó Mariana en cuanto la vio. — ¿Cómo te fue?— ante la mirada interrogante de su amiga respondió: — Ehm ¡adivina qué! ¡Sebastian me acaba de pedir que sea su novia!

Genial. Lo púnico que faltaba para coronar su día de desgracias. Pero entonces recordó algo básico, que la gente vive solo de fachadas. Así que construyó para sí una muy alegre. se tragó su amargura y dijo:

— ¿En serio? ¡Es perfecto! ¡Me alegro tanto por ti!— y luego empezó a reír. Su amiga se unió a sus risas. Sebastian le dirigió a Paola una mirada de burla, que fue inmediatamente captada por ella, y enseguida las imitó.

No pasó mucho para que toda la escuela se enterara del hecho. Las noticias vuelan, más en un pueblo pequeño como lo era aquél en que estaba su escuela. Pareciera que no tenían nada mejor qué hacer que cotillear en la vida del prójimo.

Era el festival escolar, Su clase vendería todo tipo de comida, preparada por ellos, por supuesto.

— ¿Pao? ¿Me puedes pasar la sal? — la chillona voz de la bajita Diana resonaba por todo el salón de clases, en que habían improvisado algo así como una cocina.

— ¡Claro!— contestó pasándole el recipiente que esta había pedido.

— Gracias— tomó un cucharón en las manos y con él amenazó a un par de chicos que se escabullían del salón— ¡Hey, tú! ¡Andrés, ni te creas que te vas a escapar por ahí con Maricarmen! ¡Y ya puedes ir dejando esos cerillos en su sitio, Osvaldo! ¡Roberto, deja de perder el tiempo y ven a ayudar!— Andrea guardó silencio y suspiró. Siguió con su tarea de estar organizando todo, al tiempo que decía a Paola: — Siento tener que hacer que tú hagas todo el trabajo, Pao, pero es que ninguno de estos inútiles coopera.

—No hay problema, Sabes que me encanta ayudar, Si quieres, yo te ayudaré el resto del día.

— ¿En serio harías eso por mi? Eso sería genial, contigo, Mariana y Sebastian ayudándome, creo que será fácil.

Paola paró en seco.

— ¿Sebastian y Mariana?

—Sí, se ofrecieron a ayudarme muy amablemente — la chica suspiró y dejó al lado por un momento los utensilios de cocina que llevaba consigo— ¿a que esos dos haces una pareja adorable?, ¿no te parece?

— ¿Sebastian y Mariana? Sí, supongo — Paola estaba algo incómoda con esa conversación — los dos son muy guapos.

— Claro — hace una mueca— le tengo una envidia tremenda a Mariana, pero no puedo pensar en nadie mejor parta él ¿no es Mariana tu mejor amiga?

—Sí, lo es— “lo era” — ¿por qué?

— ¿No te cuenta ella cosas de él? — la chica se inclinó hacia ella, claramente interesada en conocer la respuesta.

Paola retrocedió un par de pasos, intimidada y claramente incómoda con el acoso de la otra — ¿Cómo qué?

Se le acercó aún más — Ah, no lo sé, tal vez ¿cómo es él cuando está con ella? ¿Es lindo? ¿Es amable? ¿Cómo besa? ¿Son sus labios tan dulces como se ven? ¿O tal vez…?

— ¡BASTA!— suspiró, intentó mantener el control — no me ha dicho nada de eso— declaro, y luego trató de arreglar su reacción con una sonrisa. La otra estaba muy sorprendida por cómo había reaccionado, pero repuso rápidamente:

—Ah, qué lástima— un gesto de decepción llenó su rostro tan rápido como este fue remplazado por una sonrisa amable— Entonces cuento contigo para que me ayudes ¿está bien?

—Eh, sí.

— ¡Muchísimas gracias!— tomó de nuevo las cosas que antes había dejado— ¡Asegúrate de preguntarle eso a Mariana! —Gritó antes de dirigirse a sus compañeros otra vez — ¡Oigan, Daniela y Ale, dejen de estar platicando! ¡Roberto! ¡Ya te dije que te pusieras a trabajar! ¡Y Sergio…!— sus regaños se perdían entra risas, pláticas y el chocar de las ollas conforme ella se alejaba.

Paola suspiró, Era doloroso que todos hablaran del mismo tema, Sebastian y Mariana. Suspiró y pensó que solo le quedaba resignarse ¿no? Tomó la Jamaica para terminar de hacer el agua fresca y se puso a trabajar.

Por la noche, con la escuela repleta de muchachos, niños, padres y algunos abuelos, Pao seguía ayudando. Fue al salón por otra jarra de agua, se sirvió un vaso y la probó. Le faltaba algo de azúcar. Salía ya para llevar el agua cuando tropezó repentinamente, la jarra se rompió y todo el líquido se esparció en torno a ella.

— ¡Auch!— abrió los ojos. Estaba en el suelo rodeada de ese líquido rojo. Se le ocurrió probar un poco con su dedo, ahora que probaba de nuevo le sabía muy bien. La cabeza le dolía y tenía algo de sangre en las manos. Se levantó con dificultad y miró a su alrededor: era un desastre rojo y dulce.

— ¿Estás bien, Paola?— reconocería esa voz susurrante en cualquier sitio: era Sebastian. Volteó a verlo y, cómo no, venían de la mano con su mejor amiga.

—Sí, eso creo— la voz empezaba a fallarle, como cada vez que hablaba con él.

— ¿Te duele?— la preocupación en la voz de su amiga era evidente.

—Solo un poquito.

— Menos mal. Mira allá hay un botiquín, sacaré alguna vendas para ti. — habló ahora Sebastian. Su novia no hizo más que decir con voz melosa — ¡Qué amable eres, cariño!— y entonces él se volvió hacia ella para darle un suave beso en los labios.

La otra chica suspiró mirándolos. Sentía una envidia y unos celos que daban miedo. Un momento, ¿estaba Sebastian mirándola? ¿Era burla lo que había en sus ojos?

Sí, sí que lo era. Retrocedió un poco y topó con una mesa ¿qué había ahí? Cucharones, ollas, algunas verduras y un gran cuchillo de carnicero. Lo acarició suavemente por el mango, ¿no sería genial perforar todos sus problemas con el filo del metal? Darle cobijo al utensilio para que durmiera en su pecho, en su corazón, cerquita de donde estaban sus sentimientos.

Sonrió. No era su sonrisa usual, sino una afectada que, francamente, daba miedo. Dolía ver a su amiga así, ¿dolería igual o más abrir su corazón con para que saliera cuanto había dentro?

Sonrió un poco más. Tal vez había una manera diferente de acabar con eso.

Avanzó un paso hacia ellos. Sí, tal vez había una forma diferente de terminar con todo.

— ¿Pao, estás bien? Te noto rara

—Oh, estoy perfectamente Mari. — el instrumento que había tomado estaba oculto tras su espalda. Miró por la ventana, fuera solo había luz de luna y la distante imagen del festival en pleno apogeo. Se dijo que estaba suficientemente distante para poder hacer… la locura que acababa de planear hacer. — Perfectamente— repitió. Se puso frente a la puerta. —Ah, querida Mari ¿no leíste aquél mensaje que te envié el día en que tú y este cretino empezaron a andar?— la chica hizo un ademán de contestar, pero fue interrumpida— no lo leíste ¿cierto? Yo estaba destrozada. Pero claro, a ti solo te importas tú ¿no?— Sin más, se abalanzó sobre ella y ambas cayeron al piso, en el charco de agua.

— ¡Pero qué hacen!— gritó Sebastian. Paola le dirigió una sonrisilla irónico, tomó el cuchillo y lo bajó sobre el pecho de su amiga. Por su mente solo pasaba que eso lucía infinitamente más fácil en las películas. En las películas el arma entra fácilmente, y la víctima no soltaba gritos tan lastimeros, en las películas el asesino lucía tan sereno y confiado.

— ¡Qué has hecho!— exclamó el chico — ¿qué le has hecho? — Se dejó caer al piso y se arrastró hacia la sangrante chica — Mariana, Mari ¿estás bien? — pero no recibió respuesta. — ¿Qué has hecho?— repetía furioso.

La otra solo se reía en silencio ¿en serio lo había hecho? ¿De verdad?

Al fin pudo hablar.

— ¿Qué qué hice? ¿Y tú qué hiciste?— espetó la chica— No soy bastante para ti ¿no es así? Bien, puedo aceptar eso. Puedo aceptar incluso que dos minutos después de rechazarme te besuquees con mi mejor amiga. La cuestión es que o me rechazaste ¿verdad? No te dignaste a responderme. Y en realidad no la querías, a Mariana, y no me salgas ahora con que sí porque te rompo la cara. —una sonrisa bastante perturbadora se asomaba a los labios de la chica— estabas con ella y te burlabas de mi ¿a qué jugabas?

Sebastian no dijo nada. Se paró y le sonrió también. — ¿Y tú qué me dices? Diciendo quererme cuando ni siquiera me conocías. ¿A que solo te gustó mi nombre extranjero y mi linda cara? O tal vez pensabas en lo popular que serías saliendo con Sebastian Blackwood…

— ¡CÁLLATE!

—Tienes razón, no quería a Mariana. Pero era guapa, lista, amable ¿qué mas quería? Y tú, tú no eres nada.

— ¡CALLATE!— gritó al tiempo que se lanzaba sobre él, cuchillo en mano. Se oyó un grito y luego, luego solo el silencio.

Luego de un rato, Paola abrió los ojos, aunque no sirvió de mucho, todo estaba tan oscuro. ¿Qué había pasado ahí? No recordaba mucho.

Estaba en el suelo rodeada de ese líquido rojo. Se le ocurrió probar un poco con su dedo, sabía dulce, tan bien como la venganza. La cabeza le dolía y tenía algo de sangre en las manos. Se levantó con dificultad y miró a su alrededor: era un desastre rojo y dulce.

Sonrió.

"Carpe Diem" "Keep moving foward"
"Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor, cuando no muere mata, porque amores que matan , nunca mueren" (Joaquín Sabina)